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Grandes Medios en Colombia: Manipulación, complicidad, hipocresía y doble moral

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La misma prensa que dedicaba un alto porcentaje de sus contenidos diarios a propagandizar sobre la crítica situación del hermano país de Venezuela y que exaltaba y legitimaba la protesta social y a los jóvenes que combatían violentamente contra Maduro rotulándolos como «héroes» y «luchadores por la democracia», vuelve a sacar a relucir lo peor de su repugnante doble moral y de una hipocresía con tintes de vergonzosa complicidad.

No hay dictadura, tiranía, ni ausencia de libertades ciudadanas cuando es el ejército colombiano el que, como si se tratara de una guerra y no de una protesta, dispara y mueren indígenas que se manifiestan contra el olvido, el robo y el saqueo. Tampoco la hay cuando el ESMAD le cercena un ojo a un estudiante o agrede brutalmente a un fotógrafo de Colprensa solo porque necesitaban satisfacer su deseo reprimido de golpear a alguien y de saciar sus instintos criminales.

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Al unísono los «prepago de la comunicación social» (para no generalizar y diferenciar) editorializan y crean matrices para mostrar cómo criminales a quienes cubren sus rostros, olvidando a conveniencia sus propias imágenes de hace unos meses cuando ponderaban a los encapuchados que tiraban piedras y hasta lanzaban artesanalmente explosivos contra miembros de la GNB. Allá era de aplaudir, aquí de condenar y repudiar.

No justifican los rostros cubiertos de los estudiantes en Colombia pero olvidan que a pesar de no haber tenido una dictadura militar como las del sur del continente, en Colombia les ganamos vergonzosamente a Pinochet y a Videla en las cifras de desaparecidos, torturados y asesinatos políticos, y que es nuestra «democracia perfecta» la que ostenta la deshonra mundial de haber llegado al extremo de disfrazar y asesinar jóvenes en lo que se cubre eufemísticamente bajo el rótulo mediático de «falsos positivos».

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Más de uno ante las cámaras, desde los micrófonos y desde el papel rasgan sus vestiduras por una pared rayada o por un adoquín o un vidrio destruido o por una piedra lanzada contra un antimotines o un policía, pero ocultan y minimizan cuando la agresión se da en sentido contrario de manera brutal o cuando los patrulleros abusan de todo su poder institucional para someter o para perseguir, sin ningún tipo de conmiseración, al vendedor de tintos, al de empanadas, al de frutas, al mototaxista o a cualquiera de los que de manera informal tienen que salir a ganarse el sustento diario en una «sociedad perfecta» que ni siquiera garantiza el derecho al trabajo a sus habitantes.

Y no es que no sea grave el desbordamiento de la protesta ni que le hagamos apología a ese tipo de comportamientos, pero dentro de la objetividad e imparcialidad que deberían caracterizar a una prensa libre no está bien que la balanza se incline siempre en contra del más débil y favorezca al fuerte presentándolo como víctima, no reconociendo que en la mayoría de las ocasiones es victimario y que las reales víctimas se encuentran en la orilla de los estigmatizados y criminalizados.

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No tiene presentación distinta a la doble moral, a la hipocresía y a la complicidad que se coloque el zoom a lo que hacen los encapuchados y que se cierre el obturador y se silencien los micrófonos y las voces de los «periodistas prepagos» frente a hechos realmente graves como el de alguien que (como en el caso de Dimas Torres) entrega sus armas tras un proceso de desmovilización y es secuestrado, violado, castrado, asesinado y, aún después de muerto, vejado en su integridad al mostrarlo como responsable de su propio asesinato a manos de quienes constitucionalmente tienen el deber de proteger a todos los colombianos en sus vidas, honra y bienes.

Imágenes fuertes que pueden herir la sensibilidad y susceptibilidad (recomendamos discreción al verlas)