Cuando lo dice Petro o cualesquiera de quienes no comparten el dogma uribista es un crimen imperdonable. Cuando lo expresa uno de los miembros ilustres del Centro Democrático y con mayor razón su líder, venerado e inmaculado, es una brillantísima idea. Ha sucedido innumerables veces y demuestra solo una cosa: falta de coherencia.
Ocurrió con el proceso de paz con las FARC. Cuando Uribe propuso remover obstáculos e incluso una reforma constitucional y curules en el congreso para las FARC no hubo objeciones ni reparos. Bastó que Santos propusiera lo mismo para que fuera inmediatamente satanizado por una secta a la que lo único que le falta es prender hogueras para quemar herejes que, en otros momentos, han dicho exactamente lo mismo que su «mesías» y «redentor».
Las hordas fanatizadas e inoculadas de odio no se percatan, porque no tienen como uno de sus hábitos la lectura y menos el análisis, que muchas de las cosas que vehementemente critican ya las ha dicho antes su jefe. Escupen para arriba y la saliva le cae en sus propios rostros.
Qué Petro hubiese propuesto gravar tierras improductivas o comprarlas fue catalogado de «expropiación» sin serlo. Qué el exvicepresidente Francisco Santos y el exministro de agricultura Andrés Felipe Arias (condenado y prófugo de la justicia), hubiesen hablado de «tierras ociosas» y «expropiación», como lo registra la Revista SEMANA, es normal.
Qué Petro se haya ideado los CAMAD como una estrategia de abordaje e intento de solución al problema de salud pública que representa la extensión del consumo de drogas en el país, lo hace para los uribistas promotor de la droga y una especie de «demonio» que «persigue la perdición de la juventud».
Por el contrario, qué desde 2016 la bancada uribista (con el aval de Uribe y no a «sus espaldas») hubiese propuesto y presentado ante el congreso un proyecto de ley que copia lo de Petro y establecía «Salas de Consumo Controlado» y la despenalización del consumo mínimo y de aprovisionamiento, si es una plausible gestión parlamentaria en defensa de nuestra juventud, de la integridad de la familia y de la sociedad.
Hay alarmas e histeria en los medios y la sociedad si Petro plantea la posibilidad de convocar una asamblea nacional constituyente para temas específicos, pero regocijo y júbilo inmortal si tal propuesta la lanza Uribe. Ahí sí, no hay riesgos ni peligros de volvernos otra Venezuela, aunque el ex quiera concentrar en sí los poderes ejecutivo, legislativo y judicial.
Doble moral y hasta mucho de narcisismo hay en el partido de Uribe. Si algo dice cualquiera de los miembros del centro democrático se exalta sin el beneficio de la duda y se asume como verdad revelada e inmutable, hasta que alguien por fuera del uribismo lo dice y ahí sufre una transmutación pasando de ser una propuesta bendita a una maldita en un abrir y cerrar de ojos.
¡Si los uribistas leyeran tan solo un poquito! Por eso se hace tan necesaria la posibilidad de que todos puedan acceder al estudio y a la universidad para acabar con los fanatismos.
Aunque sinceramente me queda a veces la duda de que el estudio pueda por si solo hacer, frente a quienes se cierran a toda argumentación, superar el estado de disociación psicótica del que me hablaba un amigo psiquiatra, o, en términos de otro amigo cristiano, esa suerte de «velo espiritual» que les impide ver y que solo puede rasgar el Señor.