Ha quedado al descubierto la farsa. Colombia no tiene una de las «democracias más sólidas del continente», expresión con la que con frecuencia se nos miente. En las democracias el soberano, el que erige a los poderes constituidos (a los elegidos) es el constituyente primario, el pueblo. En el pueblo, y en nadie más, reside la soberanía, dice el texto constitucional. La elección de administradores de lo público (de lo que es de todos) jamás, en una democracia verdadera, puede entenderse como la emisión de un cheque en blanco para que los gobernantes hagan lo que se les venga en gana sin rendirle cuentas a nadie o permitan que otros, desde el extranjero, lo hagan.
Con el envío de tropas estadounidenses a territorio colombiano, anunciada no por el “gobierno” colombiano sino por la embajada norteamericana, pasando por encima y pisoteando a quien para la foto funge como «presidente» y, además, la dignidad del Senado y del Consejo de Estado, que de acuerdo a los artículos 173 (numeral 4) y 237 (numeral 3) superiores, son quienes tienen la facultad de autorizar el tránsito (y más la permanencia, agregamos) de tropas extranjeras por el territorio patrio, ha quedado en evidencia que la independencia nacional fue una efímera ilusión y una mentira que nos repiten los textos de historia patria.
Se ha materializado el temor profético de Simón Bolívar al visionar a Estados Unidos como el país «destinado por la providencia para plagar a América de miserias en nombre de la libertad». El silencio del “gobernante” frente a semejante afrenta no es más que la comprobación de que es una útil marioneta con dos titiriteros que la manejan a su antojo: Trump, el dueño de la finca, y Uribe su fiel y servil capataz.
¿Cómo ocultar o negar a partir de ahora que somos tan solo una colonia más a la que ni siquiera se le reconoce como tal? Colombia ha sido violada frente a toda la comunidad internacional y nuestro “gobernante” y su partido de gobierno sonríen de la misma forma en que lo haría un proxeneta que explota miserablemente lo que no le pertenece, pero ni siquiera a cambio de dinero sino de no ser expuestos y juzgados por todo lo que se sabe sobre ellos.
Nuestra triste realidad hoy, es que nos gobiernan dos dementes a través de cuerdas
imperceptibles de ventrílocuo. Los identifica, eso sí, un mismo comportamiento criminal, psicópata. Se placen y extasían con la guerra, con la muerte y con el derramamiento de sangre ajena. Dogmáticos y fanáticos están dispuestos a todo con tal de destruir a quienes se opongan a sus dogmas, a sus designios, a sus «verdades» que ni siquiera alcanzan para ser consideradas como doxas.
Felices deben estar los que votaron y quienes revivieron con su abstención y su voto en blanco este proyecto totalitario, reaccionario y retardatario propio del oscurantismo y de la caverna, señalando, como justificación para ello, que resultaba lo mismo votar por un proyecto liberal y progresista, proclive a defender y desarrollar la Constitución de 1991, que hacerlo por un proyecto ultraconservador, ortodoxo y que no conoce, y antes más bien desprecia, la ética. Un proyecto político que si pudiera nos devolvería, siendo optimistas, a la Constitución de 1886 aunque su verdadero sueño hecho realidad seria retrotraernos al medioevo de los señores y los vasallos o, un poco antes, a la sociedad integrada por amos y esclavos.
No les importa el pueblo raso, el país nacional del que hablaba Jorge Eliecer Gaitán. No les interesa si entre las tropas norteamericanas hay positivos asintomáticos de COVID-19 y agravan nuestra ya delicada situación o si vienen y violan con su «inmunidad» cientos de niñas a su paso. No les importa si desde suelo colombiano se agrede a un pueblo hermano y si la respuesta de su gobierno nos involucra en una guerra innecesaria, inconveniente e impredecible. Sería extremadamente importante que un acto de humildad y contrición los que contribuyeran a elegir a este remedo de gobierno que cada vez convierten más al país en una republiquita, reconocieran con valor civil su letal error.
Premonitoria o proféticamente Jaime Garzón situaba a Uribe como quien nos traería a los «redentores soldados norteamericanos». Hoy sus pronósticos geniales, como los de Simón Bolívar se cumplen. Estamos en mora de construir una verdadera independencia. Cuando Bolívar murió entró a gobernar una élite criolla igual o peor a la que el genio de América combatió. Aún nos gobiernan. La gesta de Bolívar fue traicionada.