Este 26 de abril se cumplen 29 años del fatídico día de 1990 en que se produjo el magnicidio de Carlos Pizarro Leongómez, de quien probablemente buena parte de nuestra actual juventud sepa muy poco o quizas nada.
Buscando preservar la memoria histórica y su legado, nos proponemos recordar a este personaje, nacido en Cartagena de Indias, en quién coexistían un férreo espíritu guerrero (obligado por las circunstancias de su tiempo) y, a la vez, un ser humano con un altísimo grado de sensibilidad y humanismo, empeñado en trascender en la búsqueda y concreción del difícil camino de la paz.
Y es que Pizarro, al igual que su amigo, el samario Jaime Bateman Cayón, además de compartir el haberse alzado en armas contra el Estado y de ser cofundadores de la desmovilizada guerrilla del M-19, tienen en común la herejía de haberse atrevido a proponer una salida negociada al conflicto armado en Colombia y la búsqueda de la democracia y la paz como objetivos, cuando nadie se atrevía a plantearse tal posibilidad en medio de una cruenta guerra.
Pero a Bateman y Pizarro los hermanan otras circunstancias adicionales. Para el primero, la paz fue una obsesión y una frustración, pues no alcanzó a verla concretada antes de su muerte en un accidente aéreo ocurrido el 28 de abril de 1983. El segundo, aunque llevó a feliz termino la firma de un acuerdo de paz como máximo dirigente del M-19 tampoco pudo disfrutar su retorno a la civilidad, habida cuenta de que fue asesinado pocos meses después de jugársela toda por una riesgosa opción que significaba abrir el camino para que en el país se le diera el adiós definitivo al uso de las armas como método para resolver diferencias ideológicas y políticas.
Bateman y Pizarro encontraron además la muerte paradójicamente en el mes de abril y mientras volaban. Uno a bordo de una avioneta que se dirigía de Santa Marta a Panamá a explorar posibilidades de diálogos de paz con el gobierno de Belisario Berancourt y el otro a bordo de un vuelo comercial de Avianca entre Bogotá y Barranquilla a donde se dirigía a una manifestación política que presidiría como candidato a la presidencia de la República.
Y es que Pizarro fue la quinta víctima de la violencia desatada en Colombia con inicios a partir de la segunda mitad de la década del 80 del siglo XX, en la época en la que la acción concertada de narcotraficantes, paramilitares y estado materializó atentados contra los candidatos presidenciales Jaime Pardo Leal (Asesinado en octubre 11 de 1987); Ernesto Samper Pizano (Herido en agosto 3 de1989); Luis Carlos Galán Sarmiento (Asesinado en agosto 18 de 1989), Bernardo Jaramillo Ossa (Asesinado en marzo 22 de 1990) y Álvaro Gómez Hurtado (Asesinado el 2 de noviembre de1995).
Contrario a lo que mentirosamente se ha querido hacer creer a las nuevas generaciones, ni Bateman, ni Pizarro, ni el M-19 respondían a concepciones comunistas y ateas. De hecho, la Constitución de 1991 y logros en ella contenidos como la acción de tutela y la libertad de cultos, son resultado de la acción de la constituyente de 1991 en la que desmovilizados de esta guerrilla de clase media y de orientación socialdemócrata, nacionalista y bolivariana fueron una de las fuerzas con mayor número de constituyentes.
Es desde la apuesta por la paz que le costó la vida a Pizarro que en el país se abrió la posibilidad de desmovilización de otras estructuras guerrilleras como el Movimiento Armado Quintín Lame (1991), el Ejército de Popular de Liberación EPL (1991), la Corriente de Renovación Socialista CRS (1994) y más recientemente las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia FARC (2016).
Razones más que suficientes hay entonces para valorar la decisión que antes de su muerte asumió con gran valor Carlos Pizarro en búsqueda de una paz definitiva que se materializará cuando la opción armada pase definitivamente a la historia y en el país exista una democracia auténtica y justicia social tal y como lo soñaron Pizarro y Bateman.