La exacerbación de los atracos, la extorsión y los asesinatos y el copamiento de los territorios por la delincuencia organizada en varias de las principales ciudades del país no es un hecho fortuito sino planificado. Barranquilla, por ejemplo, es en estos momentos un caso emblemático de una ciudad que se “salió de las manos” a las autoridades o bien podría interpretarse lo que ocurre como una experiencia piloto de la Colombia funcional al uribismo. Desarrollemos la idea.
Desmovilizadas las FARC y con un ELN planteando una tregua unilateral para las elecciones de 2022, el «coco» con el que el establecimiento de extrema derecha infundía miedo en la ciudadanía, dentro del propósito de movilizar a votantes temerosos e indignados a las urnas necesita ser reemplazado. Los maquiavelos modernos necesitan entonces y urgentemente un nuevo instrumento que les permita venderse como solución a lo que ellos mismos generan de caras a las elecciones del año entrante.
Si el enemigo no existe hay que crearlo confesó Juan Manuel Santos que alguna vez le dijo otro expresidente cuando el primero de los mencionados apenas fungía como su Ministro de Defensa y Santos le inquiría sobre las razones de su extraño y permanente comportamiento pendenciero.
Si antes les resultaba posible, a partir de la utilización de los medios o miedos de comunicación, generar terror y odio en las grandes ciudades a partir de hechos de violencia que ocurrían en las zonas apartadas de la geografía nacional, a alguna mente criminal y perversa se le ocurrió que el mismo efecto podía lograrse permitiendo otro tipo de violencia precisamente donde se concentra el mayor número de electores, esto es, en las grandes ciudades.
No es entonces que los delincuentes estén desaforados como nunca. Una hipótesis que cada vez cobra más fuerza, es que las propias autoridades por órdenes que se les imparte, en este momento están dejando actuar a los delincuentes a sus anchas. Están generando la percepción de caos e inseguridad en la ciudadanía para luego ofrecérseles como garantes del orden y de una nueva seguridad democrática que «pacifique» los grandes centros urbanos.
En su estructurado y malévolo propósito contarían con alcaldes obedientes y afines política e ideológicamente en cuyas ciudades ya han empezado a proponer como «solución» un porte de armas generalizado que vuelve a las personas afines ideológica y políticamente a quienes desde hace años promueven que todo se resuelve a bala y matándonos los unos a los otros.
Venden así la idea de que, como en el viejo oeste norteamericano, debe sobrevivir el más fuerte o el más veloz o con peores instintos para sacar su arma y asesinar sin compasión. Eso sí, a la par no reconocen la ineficiencia y el fracaso de las instituciones del estado para proteger a los ciudadanos y la posibilidad de liquidarlas si cada uno, arma en mano, va a ser garante de sus propios bienes y vida.
Solo desde la construcción artificial de este contexto de generación de zozobra y terror urbano es que pueden entenderse los audios interceptados recientemente a un delincuente como Tommy Yoel Zerpa Brito, alias Tommy Masacre, en donde se escucha que para el accionar delincuencial impune, desde el que ponen en jaque a la cuarta ciudad en importancia en el país, cuentan ahora con la ayuda de un «culo e patrocinio bien hijueputa» con mucho poder y cuyo nombre no se menciona.
De esta forma, en el otrora remanso de paz y mejor «vividero» del mundo, controlado por el clan Char, afín y aliado del uribismo, la extorsión, los extorsionistas y asesinos de bandas criminales emergentes cuentan con luz verde para actuar a sus anchas y «curiosamente» su centro de operaciones no afecta en vidas a los habitantes del pomposo norte. Extorsionan por ejemplo a los empresarios de buses pero, como si existiese una orden, las balas y su accionar criminal no lo dirigen ni a los buses ni a sus propietarios sino hacia los humildes y reemplazables conductores que les sirven.
Mientras en los barrios populares de Barranquilla y en su área metropolitana hasta los vendedores de apuestas permanentes y los mototaxistas pagan impuestos al paraestado para poder trabajar y no ser asesinados por desobedecer y no cumplir con los paragravámenes, los nuevos empoderados tienen ya hasta la desfachatez de salir en videos, fuertemente armados, amenazando a diestra y siniestra sin que nadie haga nada para de verdad detenerlos o mostrando como decapitan y botan las cabezas de sus rivales o ingresan a viviendas a generar un nuevo tipo de desplazamiento bajo intimidación: el urbano.
Hoy Barranquilla se muestra imparable pero en inseguridad. La delincuencia crece proporcionalmente a la par del número de kilómetros del Malecón. Motociclistas armados circulan por una ciudad pequeña atracando y ahí si no hay ni el despliegue de fuerza, ni helicóptero, ni drones, ni inteligencia, ni allanamientos que funcionen como hace apenas unos meses si lo hacían contra los jóvenes que protestaban legítimamente en las calles.
Si el experimento les funciona y coronan otra vez sus propósitos de control político y perpetuación o toma del poder, los “patrocinadores” irán por los perturbadores de la seguridad y la convivencia. Los conocen, los usan coyunturalmente y no dejarán cabos sueltos. Entonces se mostrarán como quienes con mano fuerte reimplantaron la seguridad.
Esperemos que esta vez la gente no se deje engañar por estos manipuladores sociales que convierten ciudades enteras en laboratorios del terror y a sus habitantes en ratoncillos manipulables desde el vaciamiento de la razón y su sustitución por emociones.